En las últimas horas, el caso del intendente de Catriel, en Río Negro, se enrareció fácticamente y se complicó políticamente. Por un lado, se conoció que cuando lo encontraron en la localidad de Los Antiguos, en el Norte de Santa Cruz, cargaba consigo unos $ 50.000. Por otro, el vicegobernador rionegrino, Carlos Peralta, le reclamó públicamente que renuncie al cargo. Se sumó, así, a los dichos del propio gobernador, Alberto Weretilneck (sucesor del fallecido Carlos Soria), quien había afirmado el miércoles que Johnston no podía "seguir siendo intendente".

Pero debajo de estas circunstancias se incuba una angustia. Una que se alimenta del caso original de Carlos Johnston: salió a caminar el 1 de enero, apareció dos días después, dijo no recordar muy bien por la que se encontraba a dos provincias de distancia, y en medio envió un enigmático mensaje de texto por celular: "Estoy". Él mismo dijo, después, que había padecido un "trastorno de ansiedad". Y en su entorno deslizaron que los catalizadores de ese cuadro fueron la muerte de Soria (ocurrió durante la madrugada del día en que Johnston desapareció voluntariamente) y los "ajustes" que se vería obligado a aplicar en la municipalidad.

"Es muy triste estar en esta situación y no se la deseo a nadie; pero tengan en cuenta que todos somos seres humanos vulnerables y que debemos respetar la intimidad de los demás por más de que sean personas públicas", escribió Viviana Germanier en un texto que difundieron la semana pasada los medios de Catriel. Y con ello reparó en la esencia del asunto: ¿son los políticos, por su función, más propensos a desarrollar problemas mentales o desórdenes psicológicos que el común de los ciudadanos? Los especialistas, tanto extranjeros como tucumanos, responden que, en líneas generales, sí.

Fórmula

En el libro En el poder y en la enfermedad, David Owen (escritor, médico, neurólogo y dos veces ministro laborista en el Reino Unido) sostiene que la frecuencia de enfermedades mentales, patologías somáticas graves y abuso de sustancias es muy alta en los políticos, mayor que en la población general, y cercana a la de artistas.

El que lo cita es el psiquiatra español Jesús de la Gándara, quien en su blog en el diario El País advierte que un buen número de líderes, políticos y gobernantes desarrollan una "personalidad previa, pecular, rara" por "el efecto de la droga del poder, que es una de las más potentes, adictógenas e incontrolables. Eso es lo que, científicamente, se denomina efecto ?dual?, que, más o menos, responde a la siguiente fórmula: ?Personalidad anómala + Droga adictógena = Trastorno mental?".

El jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General Yagüe de Burgos agrega que las investigaciones de los anglosajones F. Post y A. M. Ludwig consignan que las enfermedades mentales afectan a entre el 20% y el 40% de los políticos y personas dedicadas vocacionalmente a la cosa pública.

Perfil
Varias veces más severo es el jefe de la Unidad de Neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía de México, Jesús Ramírez-Bermúdez.

"Lo que predomina en los políticos son los elementos narcisistas y sociopáticos, aunque estos no son tan burdos como aparecen en los manuales de diagnóstico psiquiátrico, ya que los fenómenos clínicos están bien encubiertos por los talentos y encantos de la simpatía política", explicó el especialista cuando presentó su Breve diccionario clínico del alma (Random House Mondadori).

"Cualquier persona está en riesgo de padecer un trastorno mental, pero la salud mental de los políticos es un tema sensible porque sus decisiones afectan a millones de personas", dijo.

Precisamente, en La salud mental y neoliberalismo, Enrique Guinsberg hace un recorrido histórico sobre el concepto de "salud mental" y uno de los últimos que cita, desde la perspectiva institucional, es el que fue planteado en el Congreso de Higiene Mental realizado en Londres en 1948: "La salud mental consiste en el desarrollo óptimo de las aptitudes físicas, intelectuales y emocionales del individuo, en cuanto no contrarie el desarrollo de los otros individuos".

Ramírez-Bermúdez aclaró que aunque es difícil generalizar los padecimientos debido a que cada político es diferente, "por desgracia, muchos despliegan conductas propias de una persona con el llamado trastorno antisocial de la personalidad, que se define como un patrón general, persistente, de desprecio y violación de los derechos de los demás".

El neuropsiquiatra enunció ,entre las características más sobresalientes en la conducta pública de muchos políticos, "su ?capacidad? para la estafa intelectual y sentimental, es decir, para manipular a la opinión pública. Este patrón de comportamiento rebasa los límites de la patología individual, puesto que se encuentra arraigada en una ?cultura? del poder extendida por todo el planeta desde que tenemos un recuento histórico".

En ese camino al despotismo, el especialista destaca los motivos económicos, pero también la necesidad de muchos políticos de cumplir sus fantasías de éxito y poder. "Anhelan y necesitan la admiración de los demás, pero si no logran sus propósitos pueden desarrollar mecanismos paranoicos o graves problemas de adicción a drogas legales e ilegales. Los políticos generalmente, no aceptan estos sentimientos de frustración, lo que provoca en ellos estados de ansiedad y depresión con todos los grados de severidad".

Por supuesto, el profesional se refirió en todos los casos a casos de políticos mexicanos. Cualquier parecido con la realidad de este país y de esta provincia es pura coincidencia.